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Educación para una cultura de los derechos humanos en latinoamérica - Guillermo Hoyos
Dec 03, 2008
“Producir generaciones de estudiantes bondadosos, tolerantes, cultos, seguros, respetuosos de los demás, producirlos en todas partes del mundo, es lo que se necesita –en realidad, lo único que se necesita- para hacer realidad la utopía de la Ilustración. Mientras más jóvenes como estos podamos criar, más fuerte y difundida nuestra cultura de los derechos humanos”.
Comienzo con esta propuesta ambiciosa del filósofo norteamericano Richard Rorty en su ensayo “Derechos humanos, racionalidad y sentimentalismo” [1], publicado al año de la guerra en los Balcanes, en octubre de 1993, en el que parte de descripciones macabras de esa guerra, cuando para “los serbios, los musulmanes ya no eran seres humanos…”. Rorty se refiere entonces a Ernesto Rabossi, filósofo argentino fallecido no hace mucho, quien critica una filosofía de los derechos humanos afanada sólo por seguirlos fundamentando y sugiere más bien partir del reconocimiento universal de los derechos humanos desde su declaración en 1948 y desde los Pactos Internacionales de 1966, en plena guerra fría, cuando el bloque socialista reclamaba prioridad para los derechos materiales, los económicos, sociales y culturales (DESC) y el bloque capitalista privilegiaba los derechos civiles y políticos, los clásicos derechos humanos del liberalismo.
¿Cuál es el problema planteado por Rorty con la ayuda de Rabossi? No parece evidente, que la sola argumentación racional a favor de los derechos humanos de la modernidad baste para avanzar en su cumplimiento, menos hoy en día ante tales violaciones de estos derechos que cualquier ser humano podría concluir que se nos han perdido todos los valores: los secuestros, las masacres, las nuevas guerras, las torturas, el intento de exterminio de pueblos y etnias, los diversos tipos de lo que hoy llaman terrorismo, la discriminación racial y de género, los límites de pobreza, injusticia y desigualdad a los que ha llegado el desarrollo del capitalismo, y un largo etcetera, hasta donde pueda alcanzar la información, que hoy parece poder superar a la misma imaginación acerca de todas las posibles formas del mal.
En mi país Colombia, donde el actual gobierno quiere perpetuarse con su propaganda de la seguridad democrática, se acaba de develar otro escándalo de violación de los derechos humanos, esta vez no por parte de la guerrilla, de los paramilitares o del narcotráfico, sino precisamente por cuenta de las así llamadas fuerzas del orden, lo que en épocas de dictadura es práctica cotidiana. La portada de Revista Semana, el semanario de mayor circulación, titula el 3 de noviembre:
“LA HORA DE LOS DERECHOS HUMANOS. Después de triunfos militares espectaculares, Uribe (el Presidente), Santos (el Ministro de Defensa) y Padilla (el Comandante de las Fuerzas Militares) cogen por fin el toro de los falsos positivos por los cuernos. Una decisión histórica y necesaria”. Se trataba de 11 jóvenes reclutados en Soacha, municipio pobre adjunto a Bogotá, y ejecutados por el ejército a cientos de kilómetros para ser presentados como bajas de la subversión. El escándalo motivó la denuncia de otros muchos casos, (hoy superan los 1.300), de cadáveres que son convertidos en una especie de mercado persa y presentados a los superiores en una estructura diabólica de incentivos y sanciones a costa de la vida humana. Las recompensas pueden ser monetarias, en puntos para ascensos o en beneficios de toda índole. El Presidente de la República comenta: "Un día nos hacen quedar mal en Guaitarilla, después nos hacen quedar mal en Cajamarca, ahora nos hacen quedar mal en Soacha (tres poblaciones de Colombia)".
El asunto de los derechos humanos parece ser de imagen, de quedar bien o mal, no de lo bueno contra lo malo que en la seguridad democrática no es el fin, el fin es la seguridad y todo lo demás es medio, inclusive la democracia que ha dejado de ser sustantiva para terminar en mero adjetivo. También los derechos humanos. Se cree desde el Gobierno que la violación de derechos humanos disminuye con mayor control, y no con más democracia.
El valor de la denuncia y el entusiasmo por la educación de la sensibilidad moral constituyen un aporte a la democracia en el sentido en el que José Saramago se pronunciaba no hace mucho: “Sin derechos humanos –todos ellos, uno por uno- la democracia nunca será más que un sarcasmo, una ofensa a la razón” (José Saramago, 2003). Por ello quiero en lo que sigue, después de resaltar lo que significa este premio a la educación en derechos humanos (1), analizar cómo se logra una cultura de los derechos humanos (2), que aporte para la educación en ciudadanía y participación democrática (3). Concluiré reflexionando sobre la actual crisis del capitalismo y su posible superación en términos de cooperación latinoamericana como reto para nuestros países en un horizonte de los derechos humanos en clave cosmopolita.
1. Estado de derecho y derechos humanos
Celebramos un premio a la educación como fomento de cultura de los derechos humanos, promovido por el Estado, por el Ministerio de Educación y la Secretaría Especial de Derechos Humanos de la Presidencia de la República con el apoyo de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, OEI, y la Fundación SM, ambas comprometidas con procesos de formación de la niñez y la juventud en ciudadanía, derechos humanos y democracia. Este compromiso del Estado de derecho democrático con el fortalecimiento de una cultura de los derechos humanos en estrecha colaboración con organizaciones de la sociedad civil y en especial con escuelas, colegios y universidades tanto públicas como privadas, constituye una alianza, que rompe de tajo con la sospecha de que la defensa de los derechos humanos puede significar tomar partido por la subversión en contra del Estado y promover inseguridad para la democracia.
La explicación de este prejuicio se origina en parte en la lectura que hicimos también en Latinoamérica en los años 70, quizá como herencia de mayo del 68, de las tesis marxistas sobre Estado de derecho y derechos humanos. Entonces los derechos humanos fueron bandera política de luchas sociales, precisamente en contra del sistema, del Estado de Derecho; actualmente se está logrando un acercamiento de los derechos humanos a la filosofía moral, política y del derecho y el reconocimiento de que son los mismos que fundan un Estado de Derecho, si éste es democrático. Las sociedades reclaman hoy más democracia que menos. Políticamente esto significa que la sociedad civil necesita cada vez más del derecho como correa de transmisión hacia el poder del Estado para obtener como respuesta a sus luchas políticas el reconocimiento de sus derechos en políticas públicas coherentes. Y esto es lo que se manifiesta al apostarle un gobierno y la sociedad a la educación en sus diversos niveles y modalidades para formar ciudadanos que instituyan una cultura de los derechos humanos.
2. Una educación para los derechos humanos
Lo que nos indica Richard Rorty en las palabras con las que iniciamos esta exposición es que una cultura de los derechos humanos se logra más con base en el fortalecimiento de la sensibilidad moral de las personas, que con destrezas argumentativas y principios universales obligantes. Para nosotros los intelectuales, en especial para la filosofía y las ciencias sociales y humanas, esto significa que tenemos que cambiar de paradigma y no partir de una caracterización del ser humano como animal racional, distinguido por su razón, en cuya esencia se fundamentan determinados derechos, sino más bien de un reconocimiento de lo humano, de sus sentimientos, de sus capacidades para “sentir con” (compasión), de la simpatía, de sus valoraciones y de una serie de competencias que no son más que manifestaciones históricas de su insociable sociabilidad. La educación antes que las leyes, las obligaciones, los controles y los castigos, es el camino hacia la sensibilidad moral y los valores que fomentan la convivencia y motivan a una sociedad en procesos hacia la justicia como equidad y hacia la paz perpetuamente.
De acuerdo con esto, el punto de partida de esta educación, que bien pudiéramos llamar un nuevo humanismo, es una fenomenología de los sentimientos morales, apoyada en la psicología y la antropología, para denunciar aquellas relaciones sociales en las que se violan los derechos y motivar acciones basadas en una nueva sensibilidad, descrita por Herbert Marcuse poco antes de morir en 1980, como “rebelión de los instintos vitales contra los instintos de muerte organizados socialmente” [2].
Ninguna de las doctrinas éticas puede ser ajena a este sentido moral de la sensibilidad, del que ya Jeremías Bentham, el fundador del utilitarismo moderno, hace gala en 1830 al escribir a la hija del editor de sus libros, cuando cumplía 12 años: “Crea toda la felicidad de que seas capaz; suprime todas las desgracias que puedas. Cada día te permitirá -te invitará- a añadir algo a los placeres de los demás, a aminorar parte de sus dolores. Y por cada grano de gozo que siembres en el corazón de los demás encontrarás toda una cosecha en tu propio corazón, al tiempo que cada tristeza que arranques de los pensamientos y sentimientos de tus prójimos será reemplazada por hermosas flores de paz y gozo en el santuario de tu alma” [3].
Para los jóvenes hoy afortunadamente no ha caído en desgracia hablar de sentimientos, que es lo que a veces pensamos que nos está sucediendo en esta sociedad cada vez más indiferente ante las múltiples violaciones de los derechos humanos. Es necesario reflexionar en la educación sobre la sensibilidad moral que se nos manifiesta sobre todo en tres tipos de sentimientos, como lo anota el filósofo ingles Peter Strawson en su artículo de 1974 “Libertad y resentimiento”. El resentimiento devela una interrelación en la que nos encontramos en el mundo de la vida, la cual es violada por aquel con quien nos resentimos porque consideramos que él es consciente de haber querido romper ese vínculo humano. El sentimiento de indignación es compartido por nosotros cuando nos damos cuenta de que un tercero injuria a otro como si lo hubiera hecho con usted o conmigo. Y en el sentimiento de culpa nos avergonzamos de la ofensa provocada a otro.
Estos tres tipos de sentimientos morales se nos dan en situaciones concretas y develan el sentido ético de las relaciones humanas en el mundo de la vida cotidiana: los sentimientos analizados y sus contrapartidas positivas, el agradecimiento, el perdón, el reconocimiento, la solidaridad, etc., constituyen una especie de sistema de relaciones interpersonales, que dan cohesión a las organizaciones y al tejido social. Desde aquí podemos pensar en tres situaciones determinadas éticamente en el mundo social: una herida física puede provocar sentimientos morales (resentimiento a quien la padece, indignación a quien la presencia, culpa a quien la causa), si se reconoce la intención de lesionar al otro por parte del agresor; el engaño provoca sentimientos morales semejantes, si se detecta la intención de su autor; y la humillación es una negación todavía más sutil del otro o de la otra, por parte de quien humilla.
Es importante destacar la “vocación” comunicativa de los sentimientos morales, sobre todo si se entiende educación como diálogo para la comprensión de otras culturas como diferentes en su diferencia, y de los otros como interlocutores válidos. Este sentido dialogal y pluralista del comprender es punto de partida para una ética discursiva a la base de una cultura de los derechos humanos, en un atrevido acercamiento a Kant, que nos permite reformular el imperativo categórico en clave comunicativa: “En lugar de proponer a todos los demás una máxima como válida y que quiero que sea ley general, tengo que presentarles a todos los demás mi máxima con el objeto de que comprueben discursivamente su pretensión de universalidad. El peso se traslada de aquello que cada uno puede querer sin contradicción como ley general, a lo que todos de común acuerdo quieren reconocer como norma universal” (McCarthy en Habermas 1983, 77).
Y con esto ya nos encontramos en el ámbito de la argumentación moral que nos permite transformar valores de máximos en los fundamentos de las constituciones y la normatividad jurídica basadas en una ética de mínimos. Se parte de sentimientos morales, expresados en nuestras máximas, procedentes de visiones omnicomprensivas del bien, la moral y la filosofía, propias de cada cultura, diferentes y múltiples, pero que se pueden entrecortar en puntos de vista fundamentales: los derechos humanos universales. Estos no proceden de una intuición de algo así como la esencia del hombre, sino que responden a utopías de la humanidad y se constituyen en procesos sociales y luchas políticas como tareas para el accionar humano.
3. Derechos humanos y democracia participativa
Buscamos una pedagogía del encuentro, de la comprensión y del diálogo como propósito social de transformación de la civilidad moderna para la creación de una cultura del pluralismo, de los derechos humanos y de la participación democrática. En este contexto ha de avanzarse en la toma de conciencia de ciudadanas y ciudadanos para asumir el compromiso de contribuir a la implantación de prácticas sociales que privilegien la educación, la cultura y la ética como pautas de valoración centrales en la construcción de un nuevo ordenamiento democrático de nuestros países, en medio de las exigencias y condicionamientos del proceso de globalización.
Esta concepción de educación como proceso social de formación de una cultura ciudadana es la que permite redefinir la problemática de la relación entre educación y cultura como procesos recíprocamente implicados, que al mismo tiempo posibilitan que el multiculturalismo sea reconocido como característica esencial de la sociedad. En este sentido, la identidad nacional es una idea regulativa, es una especie de tarea, un proyecto que se va construyendo interculturalmente desde la región, desde el campo y los municipios más dispersos, desde las bases: esa construcción es en sí misma cultura. Este “nuevo ethos cultural” [4], llevará a una gran transformación de la educación para superar pobreza, violencia, injusticia, intolerancia y discriminación, problemas en los que se encuentra la raíz del atraso socioeconómico, político y cultural de amplias regiones de Latinoamérica.
Lo anterior nos lleva a diseñar el siguiente modelo de las formaciones sociales con ayuda de la implantación del diálogo, como paradigma cultural y a la vez método pedagógico de construcción de lo público desde una perspectiva ética, articulada como cultura de los derechos humanos en los procesos formativos y como ética discursiva en los procesos políticos:
a) partimos del mundo de la vida como base de toda experiencia personal y colectiva, en el que deberían estar incluidas todas las personas, grupos y culturas que conforman una sociedad. Aquí la comunicación es diálogo para la comprensión que no me obliga a estar de acuerdo con los demás, pero sí a reconocer los derechos humanos en la cotidianidad.
b) La sociedad civil se va conformando en el mundo de la vida con base en la integración comunicativa de los diversos grupos sociales, asociaciones, comunidades y regiones. Es el reino de la diferencia y del multiculturalismo gracias a una educación pluralista que nos enseña a descubrir el sentido de los humano en las escuelas, las universidades, los sindicatos, las Iglesias, los medios, las más diversas ONG’s, las asociaciones de consumidores, de padres de familia, de amas de casa, de estudiantes, de deportistas, etc. Es en la multiplicidad de lo diverso donde se va conformando una cultura de los derechos humanos.
c) Lo público, como el ámbito en el que las personas y las organizaciones de toda índole en interacción con el Estado van tejiendo comunicativa y dialogalmente la red de intereses comunes, en la cual las ciudadanas y ciudadanos luchan por el reconocimiento de su derecho a tener derechos.
d) Lo político se va consolidando en los procesos de lo público. No puede responder sólo a intereses privados, dado que una sociedad débil en lo público termina por practicar una política deformada: clientelista, corrupta y autoritaria. Lo político significa ejercicio de competencias en relación con los asuntos públicos que fortalecen los derechos humanos de todos los ciudadanos.
e) El Estado de derecho es el resultado de los movimientos políticos, de las luchas por el reconocimiento, de los consensos sobre mínimos constitucionales a partir de los máximos morales, que siguen siendo necesarios para que el pluralismo alimente no sólo los acuerdos sino sobre todo los disensos: el derecho a la diferencia a la base de los derechos humanos.
4. Conclusión en perspectiva latinoamericana
El sentido de universalidad de los derechos humanos es la respuesta a los ideales cosmopolitas del pensamiento estoico en la antigüedad y a los principios morales del cosmopolitismo kantiano en el horizonte de la paz perpetua: somos ciudadanos del mundo con derechos universales. La actual crisis del neoliberalismo pone de manifiesto el significado de los derechos humanos materiales, en cuanto derechos económicos, para el desarrollo de las relaciones sociales en el interior de los Estados y entre ellos a nivel mundial. El título del Spiegel, el semanario alemán, lo confirma: “El mayor robo de todos los tiempos. Cómo diletantes de las finanzas precipitan el mundo en una crisis que apenas comienza”.
Parece absurdo considerar las crisis económicas que agudizan la situación de los más vulnerables por fuera de la más rigurosa argumentación y normatividad relacionada con los derechos humanos. Y aquí Marx sí tenía toda la razón al descubrir la magia y el embrujo del fetiche, de la sociedad del capital que mimetiza y transforma las relaciones sociales convirtiendo el paraíso de los derechos humanos, prometido por la modernidad, en el mundo real actual determinado únicamente por la racionalidad económica de Wall Street y del consenso de Washington. "La órbita de la circulación o del cambio de mercancías, -afirma Marx al finalizar el IV Capítulo del primer tomo de El Capital-, dentro de cuyas fronteras se desarrolla la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, el verdadero paraíso de los derechos del hombre… Al abandonar esta órbita de la circulación simple o cambio de mercancías… parece como si cambiase algo la fisonomía de los personajes de nuestro drama. El antiguo poseedor de dinero abre la marcha conver¬tido en capitalista, y tras él viene el poseedor de la fuerza de trabajo, transformado en obrero suyo; aquél pisan¬do recio y sonriendo desdeñoso, todo ajetreado; éste, tímido y receloso, de mala gana, como quien va a vender su propia pelleja y sabe la suerte que le aguarda: que se la cur¬tan" [5] .
La democracia como paraíso de los derechos humanos sin lograr que la economía se subordine a los fines de una política del bien común es una de las trampas a la moral moderna más perversas. Es la misma idea de más de 50 organizaciones y movimientos sociales brasileros en carta dirigida al presidente Lula, en la que expresan sus demandas y propuestas en relación con la crisis económica mundial, con la intención de que el gobierno pueda preservar los intereses del pueblo y no solamente los del empresariado. En ella, los movimientos elogian la iniciativa del presidente brasilero de escuchar el posicionamiento de las organizaciones sociales, sindicales, populares, pastorales sobre la actual crisis, que según ellos, va a profundizarse sobre la economía, sobre la sociedad y, en especial, sobre el pueblo brasilero. Las propuestas presentadas buscan aprovechar la brecha de la crisis para implementar cambios en la política macroeconómica calificadas por los movimientos como neoliberal. El documento entregado a Lula cuenta con 20 propuestas de articulaciones internacionales y de políticas internas, entre las cuales se destacan las de alcance latinoamericano. En tiempos de crisis la cooperación se hace más urgente y la constitución de la unidad latinoamericana se convierte en prioridad.
La filosofía política critica como Marx la situación social decretada por el capitalismo, agudizada en tiempos de globalización neoliberal; propone como Kant la utopía de los derechos humanos en un horizonte cosmopolita; a los científicos sociales, en especial a los de la economía de hoy les corresponde pensar en perspectiva de cooperación latinoamericana la propuesta procedimental y pragmática que responda a las exigencias fundamentales de los más afectados por las crisis. Y a las ciudadanas y ciudadanos comprometidos con la cultura de los derechos humanos, representados hoy aquí por quienes le han apostado a programas de cooperación, corresponde impulsar la tarea de la unidad latinoamericana, en la que todos respetemos nuestras identidades en el reconocimiento de nuestros derechos humanos. Felicitaciones a todos y especialmente a los galardonados.
Notas
- The Yale Review, vol. 81, n. 4, octubre de 1993, traducida en: Thomas Abraham, Alain Badiou, Richard Rorty, Batallas éticas, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1995, pp. 59-80).
- Marcuse, Herbert (1980). “La rebelión de los instintos vitales” en: Ideas y Valores, Nos. 57-58, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, abril, p. 70.
- Citado por Esperanza Guisán en su artículo “Utilitarismo” en: Camps/Guariglia/Salmeron 1992, p. 280.
- Misión de Ciencia Educación y Desarrollo (p. 61)
- Karl Marx, El Capital. Tomo I, México, FCE, 1974, págs. 128-129.